
Pero es innegable que las coyunturas económicas y geopolíticas del momento nos son favorables. Ojalà (Oj Alá: "quiera Alá", hablando de determinismos mágicos), y no desperdiciemos los mexicanos esta ventana que se nos está abriendo en estos días. Pues antier, viernes 25 de enero, experimenté en carne propia, precisamente uno de estos eventos que te revelan que nuestro México está conformando la masa crítica (como en una reacción en cadena) para impulsarse hacia una nueva era de bienestar (inédita para nuestro país). Me invitó el arquitecto Martín Aguerrebere a dar una conferencia al Tec de Monterrey en Querétaro a los estudiantes de Arquitectura.
Inicialmente me pregunté: ¿Viernes en Querétaro a las siete de la tarde? ¿Para salir a las diez de la noche? ¿Cómo para qué? Bueno, pues como mi vocación es concientizar a mis gentes en materia ambiental, acepté. ¡Qué experiencia tan gratificante! Mi tema fue: "La planeación urbana ecológica y las Ciudades Sustentables". El auditorio estaba lleno a esa hora. Te imaginas a chavos de 18 a 22 en viernes (que toca) atentísimos a una conferencia de alguien que no conocían sobre "Sustentabilidad"? Pues eso precisamente sucedió. Les hablé sobre esta tercera era de la humanidad, la del "Desarrollo Sustentable" y la necesidad de cambiar paradigmas: estabilizar la población mundial y el consumo de energía, desarrollar nuestras ciudades con criterios de bioclimatización y biomética. Pero entré con ellos en forma profunda al verdadero concepto de la Sustentabilidad, remotándome a 1972, cuando una mujer extraordinaria y admirable, Indira Gandhi, pronunció por primera vez en público en un foro internacional las palabras "Desarrollo Sustentable". Te transcribo aquí sus palabras, que aunque todavía no las entendamos, cambiaron para siempre la historia humana:
Si bien el medio ambiente ha sido siempre esencial para la vida, las preocupaciones acerca del equilibrio entre la vida humana y el medio ambiente alcanzaron dimensiones internacionales recién en la década de 1950. Durante los años siguientes, se comenzaron a ensamblar las piezas, supuestamente inconexas, de un rompecabezas mundial para revelar la imagen de un mundo con un futuro incierto.
Libros y artículos que comenzaron a quebrar paradigmas, tales como La Primavera Silenciosa de Rachel Carson (Carson 1962) y «La tragedia de los espacios colectivos» de Garrett Hardin (Hardin 1968), motivaron a los países y a la comunidad mundial a entrar en acción. Una serie de catástrofes aumentó el interés por el medio ambiente; entre ellas se destacaron las deformidades congénitas en bebés causadas por la talidomida, el derrame de petróleo del Torrey Canyon a lo largo de la pintoresca costa norte de Francia y la declaración de científicos suecos de que la muerte de miles de peces y otros organismos en los lagos de su país era resultado del largo alcance de la contaminación atmosférica en Europa Occidental.
Para finales de los años sesenta, la voz de la preocupación ambiental sólo se escuchaba en Occidente. Dentro del mundo comunista, la destrucción incansable del medio ambiente en nombre de la industrialización continuó sin freno. En los países en desarrollo, las preocupaciones ambientales se consideraban lujos occidentales. «La pobreza es la peor forma de contaminación», afirmó la Primer Ministro de India, Indira Ghandi, quien desempeñó un papel clave al orientar la agenda de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo en 1972 hacia las preocupaciones de los países en desarrollo (Strong 1999). El líder de la delegación china a la conferencia de Estocolmo declaró: «Sostenemos que de todo lo que existe en el mundo, lo más valioso es su gente» (Clarke y Timberlake 1982).
A principios del decenio de los setenta, la atención se centró primero en el ambiente biofísico, por ejemplo, en asuntos de manejo de la fauna y flora silvestres, conservación de los suelos, contaminación del agua, degradación de la tierra y desertificación, considerándose a las personas como la causa fundamental de tales problemas. En Occidente convivían (y hasta cierto punto todavía lo hacen) dos importantes escuelas de pensamiento con opiniones divergentes sobre las causas de la degradación del medio ambiente. Una culpaba a la ambición sin medida y a la búsqueda incansable del crecimiento económico, mientras que la otra responsabilizaba al crecimiento demográfico. Un comentarista afirmó que una contaminación que no se combate y una población que no se estabiliza constituyen verdaderas amenazas a nuestro modo de vida y a la vida misma (Stanley Foundation 1971).
Estas opiniones se concentraron en el estudio más famoso de la época, el modelo computarizado del futuro mundial creado por el Club de Roma, que atrajo la atención del orbe. El Club de Roma era un grupo de cerca de 50 autocalificados «sabios» (y sabias), quienes se reunían con frecuencia para tratar de enderezar el mundo, muy al estilo del grupo Pugwash de científicos especialistas en la Guerra Fría. El modelo del Club de Roma, que se publicó con el nombre de Los límites al crecimiento, analizó cinco variables: tecnología, población, nutrición, recursos naturales y medio ambiente. Su conclusión principal fue que si las tendencias continuaban, el sistema global se sobrecargaría y colapsaría para el año 2000. Para evitarlo, tanto el crecimiento demográfico como económico tendrían que detenerse (Meadows y Meadows 1972). A pesar de que Los límites al crecimiento recibió serias críticas, hizo público por primera vez el concepto de límites externos, reflejando que el desarrollo podría estar condicionado por la limitación de los recursos de la Tierra.
Esto mismo fue el tema de mi conferencia. La respuesta de los chavos: Extraordinaria.
Sí están los nomios a nuestro favor.
facebook/ Luis Manuel Guerra
Twitter @quimicoguerra
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